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jueves, 20 de julio de 2017

Remembranza de Gilberto Bosques

Cónsul general en Francia

Cual protagonista de una canción de Joaquín Sabina, Gilberto Bosques pudo, en su larga vida —alcanzó la edad de 103 años— vivir muchas vidas. Nacido el 20 de julio de 1892, en Chiautla de Tapia, Puebla, fue voceador de periódicos anarquistas; maestro normalista en Puebla; escritor y poeta; conspirador con Aquiles Serdán; rebelde contra Huerta; líder de voluntarios contra las tropas estadounidenses que ocuparon Veracruz en 1914; organizador del primer congreso pedagógico en el país en 1916; diputado constituyente en el congreso local de Puebla; levantado contra Obregón durante la rebelión Delahuertista; periodista y fundador junto a José Vasconcelos de Casa Aztlán Editores; fundador, en 1930, de Economía Nacional, primera revista de estudios económicos del país; reformador del artículo 3° constitucional para una educación socialista; director del periódico El Nacional durante la expropiación petrolera, desde cuya tribuna defendió a ultranza el derecho de los mexicanos a usufructuar las riquezas del subsuelo; embajador en Portugal tras la Segunda Guerra, donde auxilió a la comunidad española republicana en el exilio; embajador en Suecia durante el inicio de la Guerra Fría, y a donde llevó, en 1952, una exposición titulada 4,000 Años de Arte de México, precursora de las exhibiciones itinerantes y que tuvieron su culmen con la extraordinaria México, Esplendores de Treinta Siglos en 1992. Más tarde, embajador en Cuba, en donde entregó un salvoconducto al joven líder Fidel Castro al haberle sido conmutada la pena de prisión por el exilio, tras su participación en el asalto al cuartel Moncada, y donde, años después, le tocó recibirlo cuando entró triunfante en La Habana tras la derrota y huida de Fulgencio Batista. Rebelde hasta la médula, prefirió renunciar al Servicio Exterior a la llegada a la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, paisano suyo a quien siempre tachó de autoritario —la masacre del 68 le daría la razón—. Sin embargo, es su actuación frente a la legación mexicana en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, la que le ha atraído el reconocimiento  —y la controversia— a nivel internacional.
Los que tenían la firma de Gilberto Bosques tenían fe para la vida, así lo expresa una refugiada española que logró escapar de la Francia ocupada y llegar a México gracias al actuar de quien fuera cónsul mexicano en Marsella entre 1942 y 1944, en plena Segunda Guerra Mundial y con la persecución de las SS alemanas en su apogeo. Y es que el maestro normalista convertido en diplomático llevaba a Europa una encomienda de su amigo, el presidente Lázaro Cárdenas: ofrecer a los luchadores de la libertad y la democracia, refugio en México. Al estallar el conflicto, las solicitudes de asilo se multiplicaron, y a pregunta expresa del cónsul, respecto al número de visas que podía otorgar, Cárdenas respondió con un lacónico telegrama: que vengan todos. El consulado expidió más de 30 mil visas, de las cuales se estima que entre 1,800 y 2,000 quedaron en manos de judíos. Pero la labor de Don Gilberto no se limitaba a firmar las visas, sino que rentó dos castillos, el de La Reynard y Montgrand, en los cuales alojaba, alimentaba y proveía de ropa e incluso dinero, a aquellos perseguidos por los regímenes fascistas mientras aguardaban que los barcos que habrían de llevarlos a América, tocaran puerto. Y aunque contaba con inmunidad diplomática, su actuar como cónsul no estuvo exento de peligros; bajo asedio alemán, fue apresado, junto a su esposa e hijos y trasladados a Bonn, Alemania, donde estuvieron presos más de un año, hasta que el gobierno de Ávila Camacho realizó un intercambio de prisioneros —alemanes prisioneros en Perote, Veracruz por mexicanos presos en Europa— y la familia Bosques pudo regresar a territorio mexicano.

Doodle del 20 de julio de 2017 en honor a Gilberto Bosques

El reconocimiento a su labor de defensa de los derechos humanos ha sido paulatino. En 1988, el Congreso de Puebla grabó en sus muros su nombre con letras de oro. En 2003, la ciudad de Viena nombró en su honor al paseo que conecta el Centro Internacional —donde tienen sus oficinas las Naciones Unidas en Austria— con el famoso Parque del Danuvio. En 2011, el Senado de la República creó El Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques y dos años después, las embajadas de Francia y Alemania en México crearon, de forma conjunta, el Premio en Derechos Humanos Gilberto Bosques, etc. A pesar de ello, su figura apenas ha comenzado a permear en el imaginario colectivo mexicano, afortunadamente, de la mano de esfuerzos institucionales por divulgar sus logros, como el realizado el año pasado en Guanajuato, donde tres muestras simultáneas dieron buena cuenta de su trayectoria en el marco del Festival Internacional Cervantino

Las controversias también ayudan, y es que el brillo ajeno siempre tiene detractores. El primer señalamiento surge al llegar a México tras su cautiverio en Alemania, y, ante el Congreso de la Unión, su respuesta es categórica: si en mi interpretación de la actitud gallarda y trascendente de México me excedí en mis atribuciones, estoy dispuesto a arrastrar las consecuencias y la sanción que proceda. Las últimas controversias han surgido en años recientes, y para muestra un botón. Primero, la negación del estado de Israel a reconocer la ayuda brindada a esos casi 2 mil judíos que llegaron a México para quedarse gracias a las visas de refugiados expedidas en Francia. Oskar Schlinder —sí, el de la Lista de Schlinder— recibió el título de Justo entre las Naciones, por haber salvado a mil judíos. Segundo, la cruzada personal de la historiadora Daniela Gleizer, quien dedica buena parte de sus esfuerzos a menospreciar la labor humanitaria de Gilberto Bosques, bajo el argumento de que 2 mil judíos son muy poquitos, aunque olvida decir que México fue el último país en mantener las puertas abiertas a los judíos, cuando el conjunto de las naciones simplemente prefería ver hacia otro lado durante la persecución nazi.

Afortunadamente, pudo Don Gilberto Bosques recibir la mejor muestra de agradecimiento en vida, cuando a su llegada a la Ciudad de México, junto a su familia, proveniente del cautiverio en Alemania, fue recibido por más de mil exiliados que tenían un día aguardando al retrasado tren en la estación de Buenavista, y que, sin esperar a que bajara del vagón, lo sacaron cargando en hombros, entre ovaciones, flores y lágrimas. ¿Qué mejor reconocimiento se puede tener? En el 125 aniversario de su natalicio, permítaseme proclamar: ¡Salve Don Gilberto!

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