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jueves, 17 de agosto de 2017

50 años de Los Caifanes

Los cuatro caifanes, la paloma y el catrín

Decir Caifanes es evocar a la ya legendaria agrupación que encabezara, a finales de los ochenta, Saúl Hernández. Y, sin embargo, el nombre tiene una historia más profunda y harto interesante. 'Los Caifanes' fue una película que alcanzó la categoría de cine de culto desde su estreno, hace 50 años, el 17 de agosto de 1967, en el extinto teatro Roble, ubicado ahí donde hoy se encuentra el Senado de la República. "Caifán es el que todas las puede" dice uno de los protagonistas al inicio de la cinta. Y Saúl Hernández lo recordaría así al bautizar a su naciente banda de rock. Y es que la película, desde su filmación en 1966, fue símbolo de rebeldía contra el status quo, y preámbulo del discurso contestatario que vendría en el 68. Tuvo que ser filmada a escondidas y a salto de mata por no contar con permisos para grabar ni del entonces monopólico Sindicato de Trabajadores de Producción Cinematográfica, ni del Departamento del Distrito Federal para el uso de locaciones en vía pública.

"Dejadlo que brinde por mi madre". Carlos Monsiváis

Con una trama que se desarrolla durante una noche de juerga que mezcla, por azares del destino, a una pareja de la clase alta capitalina con un cuarteto de mecánicos provenientes de Querétaro, el film recorre los bajos fondos de la Ciudad de México donde se dan cita prostitutas, cabareteras, músicos, mendigos y enterradores, y termina, con una tradición viva hasta nuestros días, con la obligada visita a los tacos antes de volver a casa. La cinta debe su argumento al escritor Carlos Fuentes, que se aventura en esta cinta experimental junto al director Juan Ibáñez, y de la mano de Julissa y Enrique Álvarez Félix, ya consagrados actores, lleva a papeles protagónicos a jóvenes estudiantes de actuación que años después también alcanzarían la fama, como son Óscar Chávez, quien aún no se decidía del todo por la música y coqueteaba con la actuación, pero que sin embargo, escribe todas las canciones del film, y más aún, las compila en un disco que debe ser uno de los primeros soundtracks del cine mexicano. Aparecen también Sergio Jiménez y Ernesto Gómez Cruz, que deben ser listados, quizá para que no quede duda de que sí son actores, con las leyendas (i.n.b.a) y (cía. de teatro universitario), respectivamente, acompañando sus nombres.

En otro giro inspiracional (o premonitorio) y de manera por demás ruidosa, como santo clós ebrio y trasnochado, aparece Carlos Monsiváis haciéndole segunda a Óscar Chávez mientras éste recita Por mi madre, bohemios, y es que, un año después del estreno cinematográfico, tras los sucesos del 2 de octubre del 68, Monsiváis escribiría un artículo periodístico que tituló precisamente con ese verso de Guillermo Aguirre y Fierro, y que sería, a partir de 1972, el nombre de la popular columna periodística que publicaría semanalmente hasta su muerte en 2010. Repleta de giros y expresiones del habla populares, la película no deja, sin embargo, de hacer guiños al mundo intelectual del que provenían Fuentes y Monsiváis. Vemos, por ejemplo, a la joven aristócrata Paloma mandando una corona de flores "a don Enrique Ibargüengoitia... un viejo avaro que no disparaba ni en defensa propia", en clara alusión al escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia, y con quien siempre hubo un intercambio amistoso de críticas y pullas.

"El frío que de noche sientes, es por andar desperdiciada". El caifán conquistando a la paloma. Óscar Chávez y Julissa.

A 50 años de su aparición, la cinta sigue vigente. Los señalamientos que hace contra los convencionalismos de la época, pueden muy bien ser repetidos el día de hoy. Una clase alta que mira con suspicacia a los desposeídos con quienes, sin embargo, comparte un bagaje cultural común; el respeto mezclado con el resentimiento de éstos hacia aquellos  —los caifanes les hablan de usted a los jóvenes acomodados—; la burla a las 'buenas conciencias'  —tema sobre el que regresará Fuentes una y otra vez— al ponerle ropa interior a la Diana Cazadora de Reforma; el racismo soterrado que etiqueta a un caifán de 'grasoso', y la revancha inmediata: "¿les va a decir que un gavilán más prieto le robó la paloma?". Gracias a las estupendas actuaciones de los cuatro 'caifanes' y los dos jóvenes 'bien', y a la gracia con la que los actores llevaron los diálogos que en momentos amenazaban con volverse muy pretenciosos, la película logró satisfacer por igual al gran público y a la intelectualidad mexicana de su época, y mantenerse como asignatura obligada para los cinéfilos el día de hoy. Vale la pena verse nuevamente en estas tardes de lluvia y sentirse por un rato caifán de a deveras.