Páginas

sábado, 16 de julio de 2011

Mi identidad compartida: Pintura de los Reinos

Si no voy al Museo del Prado, el Museo del Prado viene a mí.



En días pasados pude asistir a la exposición Pintura de los Reinos: Identidades compartidas en el mundo hispánicoen el Palacio de Cultura Banamex (Antiguo Palacio de Iturbide) de la ciudad de México, inaugurada el pasado 9 de marzo, y debido a su éxito más de 250 mil visitas abierta hasta el próximo 31 de agosto. Producto de una década de esfuerzo de un equipo internacional, esta muestra logra reunir un centenar de piezas provenientes de 49 colecciones de 9 países. Entre los artistas presentes encontramos desde el alemán Pablo Rubens hasta el mexicano Cristóbal de Villalpando, pasando por el italiano Angelino Medoro y el español Berruguete, y es, a juicio de los especialistas, la mejor exposición "que se haya hecho jamás” para explicar un lenguaje pictórico de los siglos XVI al XVIII, compartido por América y Europa. Y es que ese es el objetivo de la exhibición, dar a conocer este intercambio mediante la pintura y explicar sus orígenes, madurez y posterior expansión.

El montaje permite contemplar algunas de las obras de gran formato con una perspectiva amplia, para poder apreciar la originalidad y ambición de la pintura iberoamericana.
En el desarrollo de este lenguaje pictórico podemos definir básicamente tres etapas. La primera, es la formación de un estilo español propio, con obras realizadas en España tanto para públicos europeos como para audiencias hispanoamericanas. La segunda, es la transmisión de ese estilo al Nuevo mundo mediante la migración de artistas europeos a los reinos de América donde además de pintar, formarían a nuevos artistas oriundos de estas tierras, y finalmente la tercera, cuando las nuevas generaciones deciden interpretar los mismos temas de sus maestros, pero bajo su propia perspectiva. La muestra recoge estas etapas y las agrupa, respectivamente, en las siguientes secciones:

I. La formación de un lenguaje visual común

La primera parte muestra cómo se gestó la pintura española de los siglos XVI y XVII, nutrida principalmente de las escuelas italiana y flamenca. Encontramos obras de Berruguete, Juan de Juanes, Zurbarán, Martin de Vos y Rubens, entre otros.

 La Inmaculada Concepción, 1620, de Francisco Rizzi. Cádiz, España.
II. Hombres, modelos y obras de arte en tránsito

La segunda parte plasma la transmisión, con sus cánones y claves, de ese lenguaje pictórico ya maduro en la península ibérica hacia la Nueva España y el virreinato del Perú. Esta transmisión se hizo a través de maestros europeos que llegaron a los reinos americanos y desarrollaron allí parte de su carrera artística; pintores como Angelino Medoro y Andrés de La Concha están representados en esta sala.

Inmaculada Concepción. 1590.
Bernardo Bitti (Italia, 1548 - Perú, 1610).
Cuzco, PErú.

III. Identidades compartidas y variedades locales

La tercera sección, la más amplia, está dedicada a comparar los temas plasmados por pintores de ambos continentes, y apreciar las coincidencias del lenguaje pictórico, pero también las particularidades que fue adquiriendo en cada región, con la intención de encontrar los puntos en común, pero mostrando aquello qué las hace diferentes; y es que hacia los siglos XVII y XVIII los pintores nacidos en la Nueva España, deciden también interpretar estas ideas pictóricas europeas, pero bajo una visión americana. 

San Miguel Arcángel, c.a. 1631
Autor: Cristóbal Vela Cobo.
Córdoba, España.

San Miguel Arcángel con donante indígena
Circa 1635-1640. 
Iglesia de San Pedro, Lima, Perú.
Para mostrar esta variedad dentro de lo igual, se exponen, por pares, un selecto conjunto de tópicos religiosos muy frecuentados por los pintores de uno y otro lado del Atlántico: vírgenes, crucifixiones, adoraciones, arcángeles, retratos, escenas de la conquista, la transverberación teresiana, escenas de lactación, epifanías, etc., lo que permite al visitante hacer un cotejo o establecer una comparativa de los temas representados. Los pintores representados son muchos y destacan: Rubens, Juan Carreño de Miranda, Cristóbal de Villalpando, Juan Correa y Baltasar de Echave Ibía.

La Transververación de Santa Teresa de Jesús,
Nicolás Rodriguez Juárez, 1692.
Museo Nacional del Virreinato, México.

La Transverberación de Santa Teresa. s. XVII.
Anónimo. Óleo sobre tela.
Zrequipa, Perú.
Los viajes ilustran, ¡y más si son al museo! Un tema presente y del que nunca había oído hablar es el de las lactaciones. La anécdota de la virgen dando leche de su pecho a algún santo se recoge por primera vez en el Ci nous dit (1330), texto de la espiritualidad cristiana de la Edad Media, el cual narra: cuando el obispo de Chalon visitó Cîteaux, Bernardo, entonces un joven monje, fue encargado por el abad de predicar. Temiendo defraudarles, se puso a rezar ante una imagen de la Virgen hasta quedarse dormido. En sueños se le apareció la Virgen, que le otorgó el don de la elocuencia al ponerle en la boca leche de su propio pecho. Así, Bernardo y Domingo, serían dos de los varios santos varones que recibieron esta distinción de la Virgen María.

El Premio lácteo a San Bernardo, ca. 1670.
Claudio Coello. Madrid, España.

La lactación de Santo Domingo, c.a. 1684.1695
Autor: Cristóbal de Villalpando.
Iglesia de Santo Domingo, Ciudad de México
Conclusiones

Esta muestra nos brinda la oportunidad de ver obras, que de ordinario, sólo podríamos apreciar viajando a una veintena de ciudades repartidas en dos continentes, con la ventaja adicional de que además de contarnos su historia individual —la contenida en el propio cuadro— estas pinturas nos narran otra historia aún mayor, la de un lenguaje en común expresado a través de lo visual, que al llegar a este Nuevo Mundo fue tomando su propio camino y construyéndose desde su exclusiva perspectiva hasta obtener una personalidad definida, la cual, no por propia, deja de deberle el germen a aquella, de la que procede. Caminar esta muestra es, por decirlo de manera alegórica, recorrer la génesis de una identidad compartida.

Referencias

Fomento Cultural Banamex. Exposición Pintura de los Reinos

viernes, 15 de julio de 2011

Los Diez Mil de Jenofonte


Año 401 a.C. Diez mil mercenarios griegos quedan sin líderes y sin rumbo en el corazón de la potencia más grande del mundo: el Imperio Persa. Nacidos libres (y demócratas), eligen nuevos comandantes y deciden regresar a la Hélade. El recorrido a través de territorios inhóspitos y pueblos hostiles, combatiendo en retirada contra los fanáticos ejércitos de Artaxerjes, queda narrado por el más joven de aquellos caudillos, un antiguo discípulo de Sócrates: Jenofonte. En la mente de aquellos hombres sólo hay un objetivo, que por momentos se antoja imposible: Thalassa, Thalassa... el mar, el mar...
En el apólogo a El Oro de los Tigres, Borges hace gala de síntesis: "Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad asediada y defendida por hombres valientes… Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso… La tercera historia es la de una búsqueda… La última historia es la del sacrificio de un dios… Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas". La Anábasis de Jenofonte pertenece a esta familia, porque es la historia de un regreso, más aún, es la crónica de guerra de ese ser colectivo al que llamamos Los Diez Mil.

El preámbulo es una lucha entre hermanos por un reino: Persia. Con la guerra fratricida entre Esparta y Atenas concluida, muchas espadas quedan repentinamente desempleadas, y como dice el refrán: una vez soldado, siempre soldado. El príncipe Ciro recluta 13,000 veteranos griegos, duchos en el arte de matar mucho y bien, y los suma a su propio ejército. El joven príncipe se siente llamado a ocupar el trono y emprende la marcha para reclamar a su hermano, el Gran Rey Artaxerjes, lo que considera suyo.

El encuentro es a orillas del Éufrates, en Cunaxa, (cerca de Faluyah en  Irak, donde en cuestiones de guerra, aún se tejen historias). Artaxerjes espera a su hermano con un millón de hombres (carajo, que por algo le llamaban El Gran Rey) y el choque es brutal. Bajo mandato espartano, los helenos demuestran por qué son los mejores guerreros del mundo inclinando el resultado a su favor. El júbilo es total, sienten tocar la gloria y contar la recompensa... pero los dioses gustan de burlarse de los hombres, y pronto la trágica noticia recorre el campamento: Ciro ha muerto en combate. Han ganado la batalla, pero han perdido la guerra.

Así comienza la odisea (la palabra recuerda que el retorno por excelencia siempre será a Ítaca). Traicionados por los persas, repudiados por los suyos, abandonados a su suerte, tendrán que probar una y otra vez su coraje. En una marcha de 6,500 kilómetros rumbo al mar, a través de desiertos abrasadores, montañas congeladas, praderas quemadas, pueblos hostiles, el ejército de mercenarios dejará a la mitad de los suyos en el camino, escribiendo uno de los pasajes épicos más impresionantes de la antigüedad.

La Anábasis, que se lee como un verdadero libro de aventuras, nos recuerda que el fecundo suelo bañado por el Tigris y el Éufrates —herencia de Irak e Irán— no ha resultado fértil para el espíritu libre y democrático, que por primera vez intentaron sembrar los griegos hace 2,500 años. Y que hoy, como ayer, el acercamiento entre Oriente y Occidente está plagado de desencuentros. Jenofonte nos lega este relato histórico que ha cautivado la imaginación por más de dos milenios, y que seguramente lo seguirá haciendo por otros tantos más, porque como refirió Borges, cuatro son las historias...

Lectura

Anábasis. Jenofonte. 380 a. de C. [Traducción de Óscar Martínez García]
La Odisea de los Diez Mil. Michael Curtis Ford. 2003.*
El Ejército Perdido. Valerio Massimo Manfredi. 2008.*

*Ambas novelas, inspiradas en la Anábasis, son sencillamente excelentes.