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lunes, 19 de junio de 2017

El Querétaro del Prisionero

'Los últimos momentos de Maximiliano' (1882) de Jean-Paul Laurens. Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia.
El día de hoy se cumplen 150 años del fusilamiento de Maximiliano en Querétaro, y la ciudad aún guarda, a veces de manera entrañable, su recuerdo. En el convento de la Cruz todavía se observa la brecha en el muro, abierta a cañonazos, por la cual los republicanos entraron al recinto convertido en cuartel y vencieron la resistencia de Maximiliano I de México. En su interior, el catre de tijera, marcial y austero, aún se encuentra abierto, como esperando a que el emperador regrese e intente conciliar el sueño. En el convento de Santa Teresa, toca a Maximiliano despedirse del primer general que ha de ser ajusticiado: Ramón Méndez. Éste había evadido la captura unos días, pero cae finalmente preso y es sentenciado a una ejecución inmediata: —Méndez, no es usted más que la vanguardia; muy pronto iremos a reunirnos con usted. El general es conducido a la Alameda Central donde habrá de ser fusilado. Otro convento, el de Capuchinas, recrea la habitación en la cual Max —que así lo llamaba Carlota— pasó sus últimos días prisionero. Un sarape de lana con el monograma del Imperio, salido de los obrajes de Colón y regalo de los habitantes de esa villa cercana, cuelga de un gancho empotrado en la pared. A unas cuadras, el Teatro Iturbide —hoy Teatro de la República— se convirtió en el tribunal donde el ya ex-emperador y su estado mayor fueron juzgados y sentenciados a muerte. Los bienquerientes del Habsburgo dirían que dado el carácter de farsa del juicio, el que se hubiera llevado a cabo en un teatro era bastante apropiado.

Así que el 19 de junio de 1867, a las 7:05 de la mañana, en el Cerro de las Campanas, Mejía, Miramón y Maximiliano, fueron ejecutados frente a una cerca de tepetate que sirvió de paredón. En el lugar donde cayeron sus cuerpos la gente del pueblo empezó a colocar flores, más tarde pusieron lápidas y finalmente, se construyó una capilla, que hoy luce recién restaurada y siempre adornada con blancos adornos florales. En el Museo Regional, antiguo convento de San Francisco, se conserva ese ataúd en el que transportaron de regreso el cuerpo aún tibio del Habsburgo para ser embalsamado y que recorrió el trayecto del cerro a la ciudad con la tapa abierta traqueteando, ya que Maximiliano era bastante alto para los estándares de la época y los pies le quedaban de fuera.

Y bueno, el fusilamiento de Maximiliano fue un hito a nivel mundial. La princesa Salm-Salm se postró ante Juárez para suplicar clemencia. El escritor francés Víctor Hugo escribió solicitando el indulto. El pintor Manet realizó al menos cinco cuadros con la escena del fusilamiento que fueron prohibidos en Francia y se vio obligado a refugiarse en Inglaterra. Carlota, ya viuda y de regreso en Europa, heredó a su padre, el Rey Leopoldo de Bélgica, convirtiéndose en la mujer más rica del mundo. Con su fortuna se compró el territorio del Congo Belga, (¡con una superficie que supera la de México!). Al morir Maximiliano en el cerro de las Campanas, el linaje de su hermano menor Carlos fue destinado a subir al trono del Imperio Austro-Húngaro —y no el de él, como hubiese correspondido— y por ello, el asesinato en Serbia de su sobrino nieto Francisco Fernando, heredero de la corona, detonaría la Primera Guerra Mundial. El torbellino de la historia se detuvo un instante en Querétaro, y al recorrer los sitios que barrió a su paso, no se puede evitar echar a volar la imaginación: ¿y qué hubiera pasado si...?