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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Moby Dick o la Atracción del Abismo

Cuando miras mucho tiempo un abismo,
el abismo también te mira.
— Nietzsche.

'Blood and thunder' del álbum 'Leviathan' (2004) de Mastodon 

Llámenme Ismael. Hace algunos años -no importa cuántos, exactamente- con poco o ningún dinero en los bolsillos, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo.
Así inicia [1] un viaje al corazón de la locura llamado Moby Dick, piedra angular de la llamada Gran Novela Americana –por la cantidad de páginas, lo es– que nos muestra y envuelve en el ánimo destructor de un hombre, antes recto y justo, para dar forma a una de las sagas que más hondo han calado en el imaginario popular (Los SimpsonFamily Guy o el DJ Moby dan muestra de su vigencia).
Escrita y aparecida en 1851, la historia es una válvula de escape a las experiencias, propias y ajenas que el autor, Herman Melville, tuvo oportunidad de recoger a lo largo de sus viajes como marinero de la flota norteamericana. Dos se reconocen inmediatamente, el hundimiento del ballenero Essex y la cacería de Mocha Dick. Sin embargo, aunque a primera vista parezca sólo un relato de aventuras, pronto se descubre que bajo la superficie habita algo más obscuro.
El primer giro inesperado proviene del nombre mismo del libro, pues tras pocas páginas descubrimos que el protagonista de la historia es en realidad el capitán Ahab, o más bien, su obsesión transformada en locura. Cazador de ballenas de Nantucket con pata de marfil (de cachalote, por supuesto) jura venganza contra la bestia marina que lo dejó inválido (no podía ser otra que Moby Dick) y tras dolorosa convalecencia se apresta a destruir al monstruo que para él es encarnación de todo cuanto hay de malvado y grotesco en el mundo. Desde ese momento, la travesía del Pequod deja de ser un viaje de caza comercial para convertirse en una cruzada de exterminio contra el mal.
Y aunque la famosa ballena albina sólo aparece hasta los últimos capítulos, desde el inicio su sombra se cierne sobre todos. Es inspiración y meta, inicio y fin de todo esfuerzo, pues si bien la obsesión de Ahab por el leviatán es en principio personal, pronto la fuerza de su locura permea entre la tripulación, convirtiéndolos a todos en un solo ser cuyo único objetivo es la destrucción –a pesar de intuir que tal vez sea la suya propia–  de Moby Dick.
Obra enciclopédica y abundante en descripciones, nos ilustra lo mismo sobre barcos balleneros, que sobre el mercado accionario que permite la propiedad pública de las naves, pasando por el reclutamiento de la tripulación y los pagos como fracciones sobre las ganancias, hasta los distintos tipos de arpones, y el funcionamiento de gavias, jarcias y aparejos. Entramos al interior de diversas especies de ballenas, conocemos su anatomía y su comportamiento, los lugares donde se alimentan y donde pasan las distintas épocas del año. Se nos describen las supersticiones de los hombres de mar, diferentes en razas y lenguajes pero emparentados por su visión elemental del mundo, capaces de matar o dispuestos a morir obedeciendo, y sin embargo, temerosos del vuelo de un albatros o de la desmagnetización de una brújula.
Sin embargo, las descripciones más importantes ahondan en la psique y en el alma de los personajes, para dar cuenta cabal del cuadro emocional en que se desenvuelve la historia: los pequeños presagios que sólo pueden señalar desgracia, el abandono de la propia voluntad en manos de un capitán al que todos ven hundirse en su obsesión, la plena conciencia de que el único destino posible es la desgracia, pese a lo cual no lo rehuyen, sino que se abalanzan hacia él. Y en cumplimiento de una profecía, al modo de las tragedias griegas, el desenlace rápido y apoteósico. Tal es el relato de Ismael.
Referencias
  • Moby Dick o La Ballena Blanca. Herman Melville. 1851. [Traducción de Enrique Pezzoni. 1970].
  • Moby Dick. 1956. Clásico del cine hollywoodense con Gregory Peck encarnando a Ahab.
  • Ocean Odyssey. 2008. Mientras leía Moby Dick durante un largo trayecto al norte, en el autobús en que viajaba exhibieron este video, excelente documental de la BBC de Londres que da seguimiento a la vida y penurias de un cachalote, desde su nacimiento hasta su muerte. ¿Así o más coincidencia?.

[1]  Call me Ishmael, es una de las aperturas más conocidas en la literatura norteamericana.

martes, 15 de noviembre de 2011

La senda de nuestra democracia

La calidad de una democracia no depende sólo de sus instrumentos electorales, sino que es directamente proporcional a la calidad de sus partidos y de sus políticos.

– Juan Carlos I de España

La historia del IFE narrada por sus protagonistas.
Para agrandar, dar click en la imagen.

En una cultura política como la mexicana, que no cuenta con una amplia tradición autobiográfica entre aquellos que han ocupado posiciones relevantes en la estructura del poder, es en verdad afortunado que un ámbito de creciente relevancia en nuestra vida ciudadana, como lo es el que rodea al Instituto Federal Electoral (IFE), cuente con testimonios de primera mano de figuras que observaron desde toriles –o capoteando en el ruedo– las acciones y omisiones que le han ido dando forma a nuestras instituciones democráticas. Y es que desde la incorporación de los consejeros ciudadanos en 1994 hasta la reforma electoral de 2007, tenemos relatos puntuales de tres protagonistas que tuvieron el acierto de dejar constancia de sus vivencias en el Instituto. 

El IFE, creado en 1990 tras la controvertida elección de Carlos Salinas de Gortari, incorpora cuatro años después a los Consejeros Ciudadanos. Entre esos primeros representantes de la sociedad civil contamos a figuras como Miguel Ángel Granados Chapa, Santiago Creel y José Agustín Ortiz Pinchetti. Es precisamente este último, quien en sus Reflexiones Privadas, Testimonios Públicos (1997), nos muestra a un IFE que no acaba de cuajar, presidido por el Secretario de Gobernación y donde los consejeros ciudadanos no son mayoría; a través de sus páginas somos testigos de los momentos álgidos por el manejo del padrón y la recién creada credencial para votar con fotografía; la tensión por los asesinatos del candidato Luis Donaldo Colosio y del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu; experimentamos la euforia por el debate entre los candidatos y el posterior desencanto por los resultados de la contienda. Y finalmente, atestiguamos la creación del Grupo San Ángel y la realización del Seminario del Castillo de Chapultepec, que sentó las bases de una reforma mayor en 1997. 

Tras la reforma del 97, el círculo de consejeros es renovado y se elige como Primer Presidente Consejero a José Woldenberg Karakowsky, para un periodo que concluye en 2004. A pesar de su pasado militante en partidos de izquierda, pronto Woldenberg se gana el respeto de tirios y troyanos por su conducción del Instituto y el manejo de las elecciones que permitieron la alternancia en el 2000. Y es justamente él, quien en La Construcción de la Democracia (2002), da cuenta de las lagunas legales que pronto hicieron ver que más que buenas intenciones, era necesario un adecuado marco regulatorio. El destape anticipado de Vicente Fox y la realización de debates que excluían a los partidos pequeños marcaron la contienda con una inequidad hasta entonces nunca vista. Así como la constante impugnación de un padrón electoral en el que la oposición no confiaba o la regulación de las alianzas. Las lagunas en el financiamiento de los partidos y muchas otras más, mostraron que en la práctica, los involucrados luchaban por lograr decisiones a su favor a pesar del claro espíritu antidemocrático de muchas de ellas. 

Tras el mandato de Woldenberg, en 2004, el nuevo cuerpo colegiado pasa a ser presidido por Luis Carlos Ugalde, quien toma posesión para un periodo que originalmente concluiría en 2011. La posterior reforma de 2007 exigiría su renuncia y la renovación escalonada de los consejeros. En su relato Así lo viví (2008), toca a Ugalde narrar las elecciones más controvertidas con las que el IFE haya lidiado. Lo rudo de la contienda, sin reglas claras para situaciones nuevas como la guerra de spots, la intervención de organismos privados y lo cerrado de la votación con un PREP incapaz de otorgar ganador, conforman lo que Ugalde llama la tormenta perfecta. Las recientes declaraciones de Josefina Vázquez Mota en el sentido de que Ugalde le habría confirmado la misma noche del 6 de julio a un ganador, contradiciendo a éste, que niega cualquier contacto con algún partido o candidato hasta el miércoles 9 de julio cuando comienzan los recuentos distritales, hacen ver, que al menos para él, dicha tormenta aún no acaba. Sin embargo también se otorgan datos interesantes e incontrovertibles que muestran la igualdad de la contienda, como el hecho de que haya sido AMLO el candidato con mayor número de spots al aire y el mayor gasto de campaña o la incongruencia de un llamado ante el pueblo de un ¡voto x voto! que sólo pudo formalizar para un 21% de las casillas ante el TEPJF.

Estos relatos, que en ocasiones alcanzan tintes de novela negra, muestran que la construcción de una democracia funcional no ha sido, ni fácil, ni rápida, y menos aún, definitiva. Que los logros, una vez alcanzados, deben ser protegidos, so pena de perderse, y para muestra un botón, la captura del IFE por los partidos políticos vía el nombramiento de los consejeros en el congreso, significa un franco retroceso al espíritu ciudadano y autónomo que se había alcanzado. Y es que no debemos olvidar que la democracia se construye y se defiende día a día, por todos los ciudadanos y que la peor decisión que podemos tomar para la salvaguarda de nuestros derechos, como bien enseña la historia, es dejarla en manos de terceros. 

Referencias
  1. Reflexiones Privadas, Testimonios Públicos. José Agustín Ortíz Pinchetti. 1997.
  2. La Construcción de la Democracia. José Woldenberg Karakowsky. 2002.
  3. Así lo viví. Luis Carlos Ugalde. 2007.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La Seducción de Mefistófeles

Fausto, Cantinflas y Mefistófeles

La sabiduría en ocasiones gusta de perder a quienes la persiguen. Multitud de hombres sólo encuentran ilusiones, aridez o locura tras emprender el camino del conocimiento. Al final descubren que todo esfuerzo ha sido vano, que la recompensa es amarga y que el tiempo ha escapado como agua entre sus dedos. En esa situación, ¿quién no aceptaría una dulce propuesta susurrada al oído: Juventud y satisfacciones a cambio del alma inmortal?. Tal es el tema de la obra cumbre de cierto escritor alemán. 

Pedro Henríquez Ureña solía decir que las lecturas que todo aspirante a hombre culto debía hacer, eran: Homero, los trágicos, Platón, Dante, Shakespeare, Goethe. Alfonso Reyes, discípulo y amigo, seguiría la prescripción al pie de la letra, llegando a ser uno de esos hombres que enriquecen la cultura de un idioma. Lector insaciable, quedaría prendado de una de aquellas luminarias: Johann Wolfgang von Goethe. Desde su juventud, y hasta su vejez, su pluma regresaría una y otra vez sobre la vida y obra del genio alemán, al punto que aún hoy se le reconoce autoridad en el tema. 

Una deuda tengo yo con Alfonso Reyes –Presidente fundador de El Colegio de México– y sólo ahora comienzo a saldarla acercándome a su obra. Haciéndolo, no he podido sustraerme a su fascinación por Goethe y me he sumergido en dos obras del genio de Weimar: Werther y Fausto

Amante incorregible, Goethe exorciza sus amores no correspondidos en Las desdichas del joven Werther. Con esta obra se convierte a los 25 años en autor reconocido y admirado en toda Europa. En las cartas a su hermano, Werther narra su amor por la bella Carlota, prometida de su amigo Alberto. Encuentra la felicidad en otorgar su devoción aunque sabe que no puede ser correspondida – Dime Wilhelm, ¿no es realmente una ilusión lo que nos hace dichosos?… sin embargo, la boda de su amada lo lanza a un exilio autoimpuesto y a vagar sin rumbo. Trágicamente, imposibilitado de olvidar a la inigualable Lota, solicita en préstamo un par de pistolas a su rival de amores, Alberto, y con ellas se dispara al corazón. En pleno Romanticismo, la obra es un éxito… y provoca una oleada de suicidios por el viejo continente (algunos aseguran que más de mil). Durante el resto de su vida Goethe será admirado por ella, aún cuando él mismo jamás volverá a leerla.

Sin embargo, el Último Hombre del Renacimiento –como también ha sido llamado– se inmortaliza sin saberlo con La Tragedia de Fausto, obra considerada una segunda Biblia alemana. En ella vacía el bagaje acumulado durante su larga vida –termina de escribirla a los 81 años– y muchos le ponen la etiqueta de autobiografía novelada. Fausto es un viejo doctor que se ha dedicado al estudio de la filosofía, las ciencias y –finalmente, en un último intento por encontrar la verdad– a la alquimia. Cansado de su ininterrumpida búsqueda y anhelando los placeres que nunca conoció, realiza un pacto con Mefistófeles: su alma a cambio de la juventud y el amor de la bella Margarita. Llena de simbolismos y significados ocultos, la obra es plena en erudición y sin embargo, sencilla y sin complicaciones. El viejo Fausto acepta la propuesta, y tras firmar con sangre, vuelve a la juventud y obtiene los favores de Margarita, llevándola a la perdición. Sólo el verdadero amor podrá salvar a quien ha caído.

Siendo también un gran pensador, Alfonso Reyes trata de descifrar en sus ensayos –sin lograrlo, según él mismo confiesa– al hombre multifacético que es Goethe. Lo que sí logra, sobradamente, es despertar el deseo de adentrarse en la obra del ilustre alemán, obra que forma parte ya de la Literatura Universal.

Lecturas

  1. Trayectoria de Goethe. Alfonso Reyes. 1954.
  2. Obras Completas, XXVI. Alfonso Reyes. 1993.
  3. Las Penas del Joven Werther. Wolfgang von Goethe. 1774.
  4. Fausto. Parte I. Wolfgang von Goethe. 1807.
  5. Fausto. Parte II. Wolfgang von Goethe. 1832.

lunes, 15 de agosto de 2011

Sueños Mecatrónicos

Recordando a Isaac Asimov (1920 - 1992)

National Geographic dedica su edición de agosto de 2011 a la robótica, haciendo recuento de este campo de la técnica, su desarrollo, l'état de l'art, y por supuesto, aventurando algunos avances que los investigadores ya persiguen afanosamente: humanoides capaces de aprender y tomar decisiones, programas que replican el pensamiento y las emociones humanos, robots niñera e incluso transferencia cognoscitiva del cerebro humano a uno robótico. A la luz de los logros alcanzados, algunas de las predicciones pueden parecernos razonables – aunque no por ello menos fantásticas – sin embargo, hace 60 años, cuando no se había extendido el uso de la TV a color, ni el celular, ni existían los satélites artificiales y las computadoras usaban tarjetas perforadas, hacer todos estos vaticinios sonaba simplemente descabellado y quedaban restringidos a la ciencia ficción, donde incluso para algunos, era exagerar.

Pues bien, es precisamente en revistas de corte fantástico donde Isaac Asimov – para muchos el máximo exponente de la ciencia ficción de todos los tiempos – entonces joven Doctor en Bioquímica y profesor de la Universidad de Boston, comienza a publicar sus relatos. Con su visión y su esperanza puestas en el futuro, narra sobre esas maravillosas máquinas que su mente ya intuye, acuña la palabra robótica (1941) y establece Las Tres Leyes de la Robótica (1942) que buscan evitar un futuro a la Terminator o a la Matrix:

  1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

En sus relatos, Asimov deja ver robots complejos, alejados de las simples máquinas que realizan tareas sencillas u obedecen ciegamente a un ser humano, antes bien, los imagina dotados de vida, capaces de aprender, pensar, decidir, actuar – y por si fuera poco – soñar e imaginar, todo ello gracias a sus poderosos cerebros positrónicos, la mayor obra del genio humano.

Su éxito es tal, que pronto surgen compilaciones en forma de libro. La más emblemática es Yo, Robot (1950) – que sirve de ligera inspiración para la película protagonizada por Will Smith. En este volumen, ambientado en el lejano año 2000, se materializa el robot niñera Robbie. Los ‘pilotos de prueba’ Powell y Donovan, lidian con un robot Descartes, que descubre su existencia porque como él mismo dice: Pienso, luego, existo. La Doctora en Robot-Psicología, Susan Calvin, se enfrenta a robots que mienten, que sueñan, que leen el pensamiento. Estos humanoides son tan complejos, que no pueden sustraerse a la soberbia, la ira, la avaricia. Y en el máximo logro de la técnica, son capaces de recibir la personalidad de un ser humano, con sus recuerdos, pensamientos, sentimientos, creencias y demás, potenciados con las increíbles capacidades de análisis de un cerebro robótico y las fortalezas de un cuerpo inmortal y acotados por esas tres leyes que todo robot lleva impresas a fuego en su ser.

El día en que estos relatos de ciencia ficción se vuelvan realidad está cada vez más cerca. Ya se desarrollan competencias de fuerza, velocidad, futbol y más, en que los robots se miden con sus pares en un afán de poner en contacto a los desarrolladores de la cibernética (otra palabra retomada por la ciencia ficción) y agilizar la transmisión de conocimiento que al final nos ha de llevar a un mundo en que el hombre y la máquina convivirán de formas que ahora sólo podemos imaginar.

Referencias

  1. Yo, Robot. Isaac Asimov. 1950.
  2. Sueños de Robot. Isaac Asimov. 1986.
  3. National Geographic. Agosto, 2011.

sábado, 16 de julio de 2011

Mi identidad compartida: Pintura de los Reinos

Si no voy al Museo del Prado, el Museo del Prado viene a mí.



En días pasados pude asistir a la exposición Pintura de los Reinos: Identidades compartidas en el mundo hispánicoen el Palacio de Cultura Banamex (Antiguo Palacio de Iturbide) de la ciudad de México, inaugurada el pasado 9 de marzo, y debido a su éxito más de 250 mil visitas abierta hasta el próximo 31 de agosto. Producto de una década de esfuerzo de un equipo internacional, esta muestra logra reunir un centenar de piezas provenientes de 49 colecciones de 9 países. Entre los artistas presentes encontramos desde el alemán Pablo Rubens hasta el mexicano Cristóbal de Villalpando, pasando por el italiano Angelino Medoro y el español Berruguete, y es, a juicio de los especialistas, la mejor exposición "que se haya hecho jamás” para explicar un lenguaje pictórico de los siglos XVI al XVIII, compartido por América y Europa. Y es que ese es el objetivo de la exhibición, dar a conocer este intercambio mediante la pintura y explicar sus orígenes, madurez y posterior expansión.

El montaje permite contemplar algunas de las obras de gran formato con una perspectiva amplia, para poder apreciar la originalidad y ambición de la pintura iberoamericana.
En el desarrollo de este lenguaje pictórico podemos definir básicamente tres etapas. La primera, es la formación de un estilo español propio, con obras realizadas en España tanto para públicos europeos como para audiencias hispanoamericanas. La segunda, es la transmisión de ese estilo al Nuevo mundo mediante la migración de artistas europeos a los reinos de América donde además de pintar, formarían a nuevos artistas oriundos de estas tierras, y finalmente la tercera, cuando las nuevas generaciones deciden interpretar los mismos temas de sus maestros, pero bajo su propia perspectiva. La muestra recoge estas etapas y las agrupa, respectivamente, en las siguientes secciones:

I. La formación de un lenguaje visual común

La primera parte muestra cómo se gestó la pintura española de los siglos XVI y XVII, nutrida principalmente de las escuelas italiana y flamenca. Encontramos obras de Berruguete, Juan de Juanes, Zurbarán, Martin de Vos y Rubens, entre otros.

 La Inmaculada Concepción, 1620, de Francisco Rizzi. Cádiz, España.
II. Hombres, modelos y obras de arte en tránsito

La segunda parte plasma la transmisión, con sus cánones y claves, de ese lenguaje pictórico ya maduro en la península ibérica hacia la Nueva España y el virreinato del Perú. Esta transmisión se hizo a través de maestros europeos que llegaron a los reinos americanos y desarrollaron allí parte de su carrera artística; pintores como Angelino Medoro y Andrés de La Concha están representados en esta sala.

Inmaculada Concepción. 1590.
Bernardo Bitti (Italia, 1548 - Perú, 1610).
Cuzco, PErú.

III. Identidades compartidas y variedades locales

La tercera sección, la más amplia, está dedicada a comparar los temas plasmados por pintores de ambos continentes, y apreciar las coincidencias del lenguaje pictórico, pero también las particularidades que fue adquiriendo en cada región, con la intención de encontrar los puntos en común, pero mostrando aquello qué las hace diferentes; y es que hacia los siglos XVII y XVIII los pintores nacidos en la Nueva España, deciden también interpretar estas ideas pictóricas europeas, pero bajo una visión americana. 

San Miguel Arcángel, c.a. 1631
Autor: Cristóbal Vela Cobo.
Córdoba, España.

San Miguel Arcángel con donante indígena
Circa 1635-1640. 
Iglesia de San Pedro, Lima, Perú.
Para mostrar esta variedad dentro de lo igual, se exponen, por pares, un selecto conjunto de tópicos religiosos muy frecuentados por los pintores de uno y otro lado del Atlántico: vírgenes, crucifixiones, adoraciones, arcángeles, retratos, escenas de la conquista, la transverberación teresiana, escenas de lactación, epifanías, etc., lo que permite al visitante hacer un cotejo o establecer una comparativa de los temas representados. Los pintores representados son muchos y destacan: Rubens, Juan Carreño de Miranda, Cristóbal de Villalpando, Juan Correa y Baltasar de Echave Ibía.

La Transververación de Santa Teresa de Jesús,
Nicolás Rodriguez Juárez, 1692.
Museo Nacional del Virreinato, México.

La Transverberación de Santa Teresa. s. XVII.
Anónimo. Óleo sobre tela.
Zrequipa, Perú.
Los viajes ilustran, ¡y más si son al museo! Un tema presente y del que nunca había oído hablar es el de las lactaciones. La anécdota de la virgen dando leche de su pecho a algún santo se recoge por primera vez en el Ci nous dit (1330), texto de la espiritualidad cristiana de la Edad Media, el cual narra: cuando el obispo de Chalon visitó Cîteaux, Bernardo, entonces un joven monje, fue encargado por el abad de predicar. Temiendo defraudarles, se puso a rezar ante una imagen de la Virgen hasta quedarse dormido. En sueños se le apareció la Virgen, que le otorgó el don de la elocuencia al ponerle en la boca leche de su propio pecho. Así, Bernardo y Domingo, serían dos de los varios santos varones que recibieron esta distinción de la Virgen María.

El Premio lácteo a San Bernardo, ca. 1670.
Claudio Coello. Madrid, España.

La lactación de Santo Domingo, c.a. 1684.1695
Autor: Cristóbal de Villalpando.
Iglesia de Santo Domingo, Ciudad de México
Conclusiones

Esta muestra nos brinda la oportunidad de ver obras, que de ordinario, sólo podríamos apreciar viajando a una veintena de ciudades repartidas en dos continentes, con la ventaja adicional de que además de contarnos su historia individual —la contenida en el propio cuadro— estas pinturas nos narran otra historia aún mayor, la de un lenguaje en común expresado a través de lo visual, que al llegar a este Nuevo Mundo fue tomando su propio camino y construyéndose desde su exclusiva perspectiva hasta obtener una personalidad definida, la cual, no por propia, deja de deberle el germen a aquella, de la que procede. Caminar esta muestra es, por decirlo de manera alegórica, recorrer la génesis de una identidad compartida.

Referencias

Fomento Cultural Banamex. Exposición Pintura de los Reinos

viernes, 15 de julio de 2011

Los Diez Mil de Jenofonte


Año 401 a.C. Diez mil mercenarios griegos quedan sin líderes y sin rumbo en el corazón de la potencia más grande del mundo: el Imperio Persa. Nacidos libres (y demócratas), eligen nuevos comandantes y deciden regresar a la Hélade. El recorrido a través de territorios inhóspitos y pueblos hostiles, combatiendo en retirada contra los fanáticos ejércitos de Artaxerjes, queda narrado por el más joven de aquellos caudillos, un antiguo discípulo de Sócrates: Jenofonte. En la mente de aquellos hombres sólo hay un objetivo, que por momentos se antoja imposible: Thalassa, Thalassa... el mar, el mar...
En el apólogo a El Oro de los Tigres, Borges hace gala de síntesis: "Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad asediada y defendida por hombres valientes… Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso… La tercera historia es la de una búsqueda… La última historia es la del sacrificio de un dios… Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas". La Anábasis de Jenofonte pertenece a esta familia, porque es la historia de un regreso, más aún, es la crónica de guerra de ese ser colectivo al que llamamos Los Diez Mil.

El preámbulo es una lucha entre hermanos por un reino: Persia. Con la guerra fratricida entre Esparta y Atenas concluida, muchas espadas quedan repentinamente desempleadas, y como dice el refrán: una vez soldado, siempre soldado. El príncipe Ciro recluta 13,000 veteranos griegos, duchos en el arte de matar mucho y bien, y los suma a su propio ejército. El joven príncipe se siente llamado a ocupar el trono y emprende la marcha para reclamar a su hermano, el Gran Rey Artaxerjes, lo que considera suyo.

El encuentro es a orillas del Éufrates, en Cunaxa, (cerca de Faluyah en  Irak, donde en cuestiones de guerra, aún se tejen historias). Artaxerjes espera a su hermano con un millón de hombres (carajo, que por algo le llamaban El Gran Rey) y el choque es brutal. Bajo mandato espartano, los helenos demuestran por qué son los mejores guerreros del mundo inclinando el resultado a su favor. El júbilo es total, sienten tocar la gloria y contar la recompensa... pero los dioses gustan de burlarse de los hombres, y pronto la trágica noticia recorre el campamento: Ciro ha muerto en combate. Han ganado la batalla, pero han perdido la guerra.

Así comienza la odisea (la palabra recuerda que el retorno por excelencia siempre será a Ítaca). Traicionados por los persas, repudiados por los suyos, abandonados a su suerte, tendrán que probar una y otra vez su coraje. En una marcha de 6,500 kilómetros rumbo al mar, a través de desiertos abrasadores, montañas congeladas, praderas quemadas, pueblos hostiles, el ejército de mercenarios dejará a la mitad de los suyos en el camino, escribiendo uno de los pasajes épicos más impresionantes de la antigüedad.

La Anábasis, que se lee como un verdadero libro de aventuras, nos recuerda que el fecundo suelo bañado por el Tigris y el Éufrates —herencia de Irak e Irán— no ha resultado fértil para el espíritu libre y democrático, que por primera vez intentaron sembrar los griegos hace 2,500 años. Y que hoy, como ayer, el acercamiento entre Oriente y Occidente está plagado de desencuentros. Jenofonte nos lega este relato histórico que ha cautivado la imaginación por más de dos milenios, y que seguramente lo seguirá haciendo por otros tantos más, porque como refirió Borges, cuatro son las historias...

Lectura

Anábasis. Jenofonte. 380 a. de C. [Traducción de Óscar Martínez García]
La Odisea de los Diez Mil. Michael Curtis Ford. 2003.*
El Ejército Perdido. Valerio Massimo Manfredi. 2008.*

*Ambas novelas, inspiradas en la Anábasis, son sencillamente excelentes.

miércoles, 15 de junio de 2011

Novela de la Revolución Mexicana (I) - La Generación Creadora

Katharsis (1935) de José Clemente Orozco, Palacio de Bellas Artes

Inclinado hacia la Revolución Mexicana —después de todo el coco wash de las fiestas centenarias— empecé a buscar algo sobre el tema. Intentando un mejor entendimiento, me enfoqué en la denominada 'Novela de la Revolución Mexicana', que a pesar del nombre no se restringe a este género, sino que en ella encontramos biografías, memorias, ensayos, cuentos, etc. Apoyándome en la clasificación de Seymour Menton [1], comencé la lectura de La Generación Creadora, compuesta por aquellos autores nacidos entre las décadas de los 70's y 90's del siglo XIX, que conocieron en su infancia la dictadura pacífica y próspera de Profirio Díaz, que como jóvenes se entusiasmaron con Francisco I. Madero y que aplaudieron la caída del dictador. Entre ellos destacan:

  • 1.   Los de Abajo (1916), de Mariano Azuela.
Esta novela retrata el vivir de una gavilla de renegados, bajo el mando de Demetrio Macías, que deciden unirse a las fuerzas de Villa. Azuela retrata aquí los arquetipos clásicos de quienes participan en la revuelta. El caudillo ignorante y analfabeta, que prueba el poder y se pierde con él. El intelectual metido a demagogo, siempre acomodaticio ante los poderosos. El joven idealista que poco a poco - y sin darse cuenta - va dejando atrás la pureza de sus intenciones ante la dureza de la realidad. La plebe que pese a todos sus penares nunca sale del sufrimiento ni de su ignorancia, pues bien a bien, no saben ni por qué pelean. Esto bajo una sombra del fatalismo que todo lo envuelve, pues a final de cuentas, nunca las más altas intenciones duran mucho ante la barbarie.

Obra que recoge las memorias del autor entre 1913 y 1915, cuando por su adhesión a la lucha contra el asesino Huerta, conoce de cerca a los principales protagonistas de la resistencia, de Carranza a Zapata, de Obregón a Felipe Ángeles. Asesor y consejero de los dos Presidentes de la República que nombró la Convención - Eulalio Gutiérez y Roque González Garza - pasó a ser el secretario particular de Francisco Villa. Narrado en forma de diálogos, es una forma mucho más fértil de entrar al estudio de la historia, al conocer el lado humano —con sus claroscuros y contradicciones— de los personajes que pueblan nuestros libros de historia. (Una anécdota respecto al sueño narrada por Pancho Villa me parece portentosa).

  • 3.   La Sombra del Caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán.
Novela del mismo autor de 'El Águila y la Serpiente', narra la lucha por el poder entre los favoritos de El Caudillo, lucha que termina abruptamente cuando el Máximo Jefe toma partido por uno de ellos. Lo impresionanate de la novela es su vigencia, pues salvo quizá el trágico fin, pareciera una descripción de lo que hoy acontece en politica. Muestra en toda su intensidad las motivaciones, el actuar, las pasiones, la incertidumbre, la traición y todo en cuanto a naturaleza humana se refiere, presentes cuando en el hombre surge el deseo de poseer el poder.

  • 4.   Mi caballo, mi perro y mi rifle (1936), de José Rubén Romero.
En Romero encontramos la desilusión de la revuelta, al ver cómo los que llegaron al último, los que nunca empuñaron un rifle, e incluso los que en el inicio eran el enemigo, son los primeros en reclamar el fruto de la lucha armada. Esta tristeza trocada en amargura, se hace patente en su obra post revolucionaria y queda fabulada en esta novela quizá como en ninguna otra. —¿Quiere decir que estoy perdido? ¿que mi lucha es estéril? ¿cómo podré avanzar así, si me acecha el odio del poderoso y voy del brazo de la misma muerte?... En la experiencia de Romero, el pueblo queda al final destrozado por el arma, mientras que el rico y poderoso conservará,  a pesar de todo, el poder.

  • 5.   La vida inútil de Pito Pérez (1938), de José Rubén Romero.
La narración de Jesús Pérez Gaona —mal llamado Pito Pérez— sobre su vida y obra, y las conclusiones que de ellas extrae, describen al México provinciano, mueven a diversión y llaman a la reflexión sobre las costumbres sociales. Pito es un pobre vagabundo que se mueve por el mundo tratando de ser libre de toda atadura, lo que lo lleva a ser libre hasta de dineros por lo que siempre anda corto de plata. Su postura ante la vida recuerda a la de Diógenes, el cínico, que paseaba por el mercado de día, con un candil en la mano, buscando a un hombre honrado. Perseguido por la mala suerte, 'desde chamaco' según dice, tiene un vicio ternario, vagabundear sin rumbo por su Michoacán querido, adorar a Dionisios con sus frecuentes ingestas de vino y decir la verdad tal cual la ve.

Antes que la lujuria, conocí la soberbia. A los diez años ya me sentía único y llamado a guiar. De una franqueza difícil de encontrar en un ejercicio autobiográfico, Vasconcelos desgrana su mito para ir descubriendo al hombre. Sin detenerse a calificar, narra sus recuerdos aún cuando las buenas conciencias puedan llamarse a escándalo.

Inclinado desde pequeño a la búsqueda del conocimiento —Yo quería ser un filósofo, ¿cuándo llegaría a ser un filósofo?— no es de los que se sepultan en la biblioteca. —Debo a Campeche y a su gimnasio, antebrazos, bíceps y hombros que me han durado toda la vida. Católico fervoroso en su niñez, confiesa con dolor: —perdí la fe cuando murió mi madre. Sin la piedra de toque materna, se vuelca a la persecución del anhelo, al estudio incesante. Sigue a Henriquez Ureña y analiza y medita a Homero, Virgilio, Shakespeare, Goethe, pero es Dante quien lo cautiva.

Estudiante pobre, conoce la pasión, no vayas a traer honradas, es la consigna. Y por ello casi se pierde. Obsesionado por una 'mercenaria' y 'tirados los libros y agobiado de deudas', a punto está de abandonar la universidad. Pero su búsqueda se impone. Ingresa a la masonería, explora el espiritismo, devora las grandes obras religiosas de la humanidad. Participa en el Ateneo de la Juventud, donde es atormentado por sus pobres resultados como escritor; y cuando alguien se atreve a cuestionar: —y tú ¿qué escribes?, ¿qué haces?, él sentencia: —Yo, pienso (ni la muerte, al parecer, le quitaría ese pesar).

Su práctica como abogado corre sin pena ni gloria. Inflamado con el espíritu de cambio enarbolado por Madero, se convierte en vicepresidente del Partido Antirreeleccionista. Acuña la frase "Sufragio Efectivo, No Reelección". Decepcionado por no haber sido llamado al Congreso maderista como diputado,  duda en ser político de tiempo completo. Hace negocios, maneja su bufete... y conoce el amor: Hermosura punzante como la de una rosa. Hombre casado y con hijos, no se niega a vivir su dicha ni esconde su nueva felicidad, y sólo la Decena Trágica lo saca de su ensueño.

Los primeros 33 años de vida de  El Maestro de la Juventud de América encuentran acomodo en este tomo inicial de sus memorias, mostrando - según Sergio Pitol - una luminosidad, una pasión y una inocencia que no volverán a aparecer en los siguientes volúmenes, aunque eso... eso aún no lo compruebo.
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La llamada Generación Creadora de la Novela Revolucionaria, sufre de una desilusión que se trasluce en toda su obra creativa. Azuela deja correr la ironía, al hacer que Macías contemple la masacre de su gente, ahora triunfadores y temidos, justo en el lugar donde años antes, él mismo lograra su primer victoria. Pito Pérez se desahoga desde su testamento, "...Lego a la humanidad todo el caudal de mi amargura... ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad! ¡Qué farsa más ridícula! A la libertad la asesinan todos los que ejercen algún mando; la igualdad la destruyen con el dinero, y la fraternidad muere a manos de nuestro despiadado egoísmo...".

Martín Luis Guzmán exorciza su ira al novelar la masacre de Huitzilac y darle oportunidad a Francisco Serrano de relatar su ignominiosa muerte en la voz de Ignacio Aguirre. Vasconcelos es, quizá, quien peor logra sobrellevar la amargura. Nunca se recuperaría de los resultados de la campaña presidencial de 1929, donde no sólo se sintió despojado de un triunfo que siempre consideró suyo, sino que su dolor fue aún mayor ante la apatía y la indolencia del pueblo burlado y de los clubes vasconcelistas temerosos.

No hay nada nuevo bajo el sol en cuestiones de naturaleza humana, y la lectura y comprensión de la historia, mucho nos ayudarían a encontrar el rumbo, si les prestáramos sólo un poco de atención.

Referencias
  1. Menton, Seymour. La Estructura épica de "Los de Abajo" y un Prólogo Especulativo. Hispania, Vol. 50, No. 4, Fiftieth Anniversary Number (Dec., 1967), pp. 1001-1011.